Pareciera que lejos de avanzar, en el
estado no próspero de Veracruz, estamos viviendo situaciones que nos regresan a
los tiempos de don Porfirio Díaz, cuando empresas extranjeras venían a explotar
los recursos naturales de los mexicanos -petroleros y mineros- con el señuelo
de que traían el progreso y el desarrollo a nuestro país.
Bien dicen en mi pueblo que quienes no
aprenden de su historia, están condenados a repetirla.
Todo esto viene a colación, porque
ahora que finalmente la SEMARNAT ha anunciado que no otorgará el permiso para
cambiar el uso del suelo en la mina Caballo Blanco en el municipio de Alto
Lucero Veracruz, nos enteramos también que ese no será motivo suficiente para
que deje de seguir operando, ya que tiene todavía una larga fila de recursos
para dilatar el cierre hasta por dos años y medio cuando menos.
Por lo pronto, ya tiene más de un año
y medio, realizando “estudios de exploración” que nadie sabe a ciencia cierta
hasta donde se limitan a sacar información o si ya se encuentran en plena
explotación de los recursos mineros.
Porque resulta, que como en los
tiempos de don Porfirio Díaz, al parecer los extranjeros –ahora canadienses- se
sienten dueños no solo del suelo sino también de los recursos naturales que se
encuentran bajo tierra.
Aunque prácticamente todas las
autoridades relacionadas, desde el nivel municipal, estatal y federal se han
pronunciado en contra de la operación de la mina Caballo Blanco, todas esas
declaraciones, no han servido más que para aparecer en los medios de
comunicación.
La empresa minera canadiense y su
subsidiaria veracruzana, se pretenden y se sienten dueños de la tierra y en
consecuencia, no permiten que ninguna autoridad pueda inspeccionar la mina,
para constatar que efectivamente estén realizando solamente trbajos de
exploración y no de explotación.
En consecuencia, tampoco pueden
determinar el daño que hayan causado al medio ambiente al hacer un cambio de
uso del suelo sin permiso, lo cual supuestamente es hasta un delito penal.
Pero hoy como ayer en tiempos del Porfiriato,
los extranjeros se sienten dueños y amos de la hacienda y no hay autoridad que
pueda pararlos, porque para dentro de dos años y medio, cuando finalmente
quieran detenerlos, lo más seguro es que ya se hayan ido, luego de haber “explorado”
hasta el cansancio la mina de oro.
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