Qué
bueno que el gobierno del estado de Veracruz y la Universidad Veracruzana hayan
realizado un homenaje –en vida- al doctor Enrique Florescano Mayet, distinguido
estudioso e investigador de relevancia nacional.
Porque
como bien dicen en mi pueblo, en vida, es cuando hay que destacar y resaltar
los méritos y la trayectoria de quienes se hacen merecedores a un homenaje.
Ya
después de murtos, ya para qué.
Sin
embargo, habría que recordar que quedó pendiente el muy justo homenaje, que
hasta la fecha no se ha hecho, como debió de ser, luego del lamentable
fallecimiento del doctor Roberto Bravo Garzón.
Bravo
Garzón se tenía bien merecido un homenaje público, con la presencia del
gobernador del Estado, Javier Duarte de Ochoa y del rector en turno, Raúl Arias
Lobillo, a quienes al parecer la muerte del destacado ex rector de la Máxima
Casa de Estudios sorprendió en el extranjero y por ese motivo, no estuvieron
presentes ni en su velorio ni en la guardia que se montó en el Teatro del
Estado.
Quienes
conocen la vida de la Universidad Veracruzana, tienen que reconocer que Bravo
Garzón fue un rector excepcional por muchas razones.
Fue el
impulsor y realizador de la descentralización de la Máxima Casa de Estudios, lo
que permitió llevar a la Universidad Veracruzana a las cinco regiones más
importantes en la entidad.
Pero
además fue el rector que estableció y creó todas las instituciones del área de
artes de la universidad, que todavía existen hoy en día y que han sido las que
han dado prestigio internacional a la Máxima Casa de Estudios.
En su
administración durante dos períodos consecutivos, los grupos artísticos de la
Universidad Veracruzana se convirtieron orgullosamente en dignos embajadores
culturales no solo de los veracruzanos sino de nuestro país, en giras por todo
el mundo.
Roberto
Bravo Garzón no fue un rector que trabajó por y para la universidad.
Nunca
viajó al extranjero aprovechando el presupuesto para pasear con el pretexto de
firmar convenios de intercambio que solo sirven para justificar viáticos.
Pero
además, también fue secretario de Educación de Veracruz y tampoco utilizó el
puesto como trampolín político o para conseguir concesiones de universidades o
escuelas patito, como han hecho tantos.
Roberto
Bravo Garzón fue un auténtico académico veracruzano, impulsor de la Universidad
Veracruzana, como ningún otro, que no lucró con los cargos públicos y que vivió
en la justa medianía que le brindaba su sueldo como investigador.
Pero el
reconocimiento y homenaje que las autoridades estatales y universitarias
actuales le deben, a ver para cuándo lo van a saldar.
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