martes, 2 de diciembre de 2025

Isaac “Yaco” Guigui cumplió felizmente 96 años de vida

 

Por Miguel Angel Cristiani G.

Cada año que cumple nos recuerda, con una terquedad casi pedagógica, la deuda que este país arrastra con quienes han hecho del arte una misión social y no un adorno protocolario.

A sus 96 años, Yaco no necesita homenajes para justificar una vida dedicada al teatro. Quienes los necesitan —y con urgencia— son las instituciones que, pudiendo reconocerlo, han preferido mirar para otro lado: la Universidad Veracruzana, la Secretaría de Educación y la Secretaría de Cultura. Tres entidades que, paradójicamente, presumen programas de educación integral mientras ignoran a uno de los hombres que la practicó en su forma más pura: el teatro como herramienta de formación humana.

Porque si hablamos de educación completa, no basta con aulas, planes de estudio y discursos huecos. La cultura, esa que suele ser lo primero que recortan y lo último que entienden, es el nervio vivo de cualquier proyecto educativo serio. Y el teatro —ese espejo incómodo, esa plaza pública simbólica— es quizá la más exigente de sus expresiones. El teatro enseña lo que ninguna pedagogía burocrática logra: sensibilidad, pensamiento crítico, empatía. Yaco eso lo sabía, pero además lo vivía.

¿Y por qué hablar de él hoy? Porque su biografía es un recordatorio de cómo se construye un país desde abajo, sin reflectores. Yaco recorrió 14 mil kilómetros llevando arte a lugares que no figuran en los mapas culturales.

Fue discípulo de Marcel Marceau, cofundador del mítico Teatro Fray Mocho, y alma de Once al Sur, aquella compañía que mezcló pantomima, palabra y pasión para poner al teatro argentino en la órbita internacional.

Pero su verdadero legado no está en los premios ni en los teatros llenos. Su legado está en su convicción: “El teatro no se hace, se vive”. Yaco vivió el suyo montando el Popol Vuh con comunidades cachiqueles en Guatemala; dirigiendo Fuenteovejuna con 80 actores; formando generaciones enteras en México y Centroamérica; y trabajando con UNICEF y la UNESCO para demostrar que el arte es un derecho humano, no un lujo.

Lo que Yaco sembró no se compra ni se simula. Su trabajo es un acto de resistencia cultural en un país donde la cultura suele ser tratada como trámite. Su vida es una lección para instituciones que han olvidado que reconocer a sus maestros no es cortesía, sino obligación moral.

Hoy, más que un homenaje, lo que corresponde es una rectificación: asumir que Veracruz y México tienen una deuda con uno de los pedagogos teatrales más importantes que han pisado estas tierras. Y entender, de una vez por todas, que el arte es memoria, diálogo y destino.

Porque si algo nos enseñó Yaco Guigui es que el verdadero teatro —el que sacude el alma— no es espectáculo: es ciudadanía.

Taxistas piden una plataforma a la gobernadora

 Fue un informe de resultados con cifras positivas de acciones de lo que ha realizado en los 212 ayuntamientos del estado de Veracruz, es un año y debemos de entender que las necesidades son muchas de los veracruzanos y de la noche a la mañana no se resuelven, que dan 5 años todavía para que siga dando resultados.




Su análisis personal del líder taxista Celaya de Jesús que la gobernadora Rocío Nahle García en este año de su gobierno que valore su labor de cada funcionario en general, si no dan resultados o les viene grande el cargo que los quite de su gabinete.

Cambiando de tema el secretario general del Sindicato de Trabajadores Taxistas Miguel Alemán del Estado de Veracruz, Guillermo Celaya de Jesús dijo que agradece a la gobernadora que haya quitado las grúas es un acierto muy importante un fastidio para todos los ciudadanos, mencionó que como transportista hay buena  coordinación con la dirección de tránsito del estado, con transporte público y con la secretaria de seguridad pública, reconocen la atención del personal de tránsito del estado que le dan a las y los veracruzanos, instalaron una carpa, sillas para que la gente este sentado porque a veces un trámite se lleva tiempo ya sea cambio de unidad, licencia o tranferencia.

Explicó que han tenido reuniones periódicas todas las organizaciones que conforman el transporte de taxis con la finalidad de seguir insistiendo y pidiéndole al gobernadora Rocío Nahle al secretario de gobierno Ricardo Ahued reconoció que es un hombre muy sensible con las causas sociales.

El transporte de taxi es un transporte concesionario que se maneja por una ley y un reglamento que regula el sistema de transporte, sobre las plataformas digitales extranjeras Uber, Didi, Rappi, supuestamente viene a suplir el servicio con vehículos particulares, pero no cuentan con concepciones de las da el gobierno pagando ciertas cantidades de dinero, obviamente hay un descontento de concesionarios, choferes de todo el estado.

Lo que pedimos a la Mandataria veracruzana es una plataforma para los taxis.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Una Palabrita

Por Miguel Ángel Cristiani G.

Hay resbalones que revelan más que mil discursos oficiales. Y en política —sobre todo en la veracruzana— rara vez existe el “lapsus” inocente. Por eso vale la pena detenerse en la joya lingüística que el Coordinador de Comunicación Social del Gobierno del Estado, Rodolfo Bouzas Medina, dejó caer en su comparecencia ante el Congreso local: llamar “gobernanta” a la “gobernadora” Rocío Nahle García.

 No es un mero desliz. Es un síntoma.

 Porque, salvo que alguien haya decidido reescribir el Diccionario de la Real Academia Española, una gobernanta es, para decirlo con la claridad que el cargo exige, “la mujer que administra un piso en un hotel o una casa particular”. Punto. Nada que ver con el ejercicio del poder público, la representación del Estado o la conducción de políticas públicas. 

Entonces, ¿qué llevó a un funcionario cuya tarea es hilar fino con las palabras a semejante despropósito?

 Aquí conviene recordar que en política la forma es fondo, y el lenguaje es una herramienta de precisión… o de revelación involuntaria.

 Resulta curioso —y por curioso quiero decir preocupante— que quien tiene bajo su responsabilidad la narrativa gubernamental incurra en un uso del lenguaje que ni el más distraído estudiante de comunicación aprobaría. Si el propio vocero del gobierno rebaja semánticamente a la titular del Ejecutivo a la categoría de “gobernanta”, ¿qué mensaje proyecta hacia afuera… y hacia adentro?

 Las preguntas brotan solas, incluso si en el Congreso quedaron flotando en un silencio más elocuente que cualquier respuesta:

 —¿Pretende Bouzas inaugurar una nueva forma de dirigirnos a la mandataria?

—¿Será un modismo interno, un apodo de pasillo que se escapó al micrófono?

—¿O quiso presumir una erudición mal fundada que terminó exponiendo justamente lo contrario: desconocimiento básico del idioma que le toca manejar?

 A estas alturas, la ciudadanía veracruzana merece certezas, no ocurrencias. Quien ocupa el cargo de Coordinador de Comunicación Social no administra metáforas ni chistes internos: administra información pública. Y en tiempos donde la comunicación gubernamental pretende construirse como verdad oficial, un tropiezo así abre grietas que no se tapan con boletines.

 Más grave aún: mientras el funcionario recitaba miles de cifras, porcentajes millonarios y logros que nadie puede verificar en tiempo real —porque ese es el truco de las comparecencias— lo único que quedó retumbando fue su pifia. No por anecdótica, sino porque exhibe la distancia entre la narrativa que se quiere imponer y la realidad que se deja ver.

 Quizá valdría la pena que en Palacio se reflexione menos sobre la retórica triunfalista y más sobre el rigor del oficio público. Veracruz no necesita gobernantas ni voceros que juegan al equívoco: necesita servidores que comprendan el peso político, social y simbólico de cada palabra.

 Porque al final, más que el interminable inventario de datos, lo que quedó de la comparecencia fue una pregunta incómoda:

 Si así cuidan su trabajo que es el lenguaje, ¿cómo estarán cuidando el gobierno?

 Y ahí, lector, no hay diccionario que nos consuele.